Epicteto. Disertaciones. Libro IV. Pasajes XI [DIA 131]
Epicteto. Disertaciones Con Arriano – Libro IV – Pasaje XI
Dudan algunos sobre si en la naturaleza del hombre está contenida la sociabilidad. Sin embargo, no me parece que éstos mismos duden de que, desde luego, la limpieza sí está contenida y de que si en algo se aparta de los animales es precisamente en esto. – Epicteto, Disertaciones con Arriano, Libro IV.11.1
Para aquellos que ya hayan leído varios de los comentarios acerca de las Disertaciones con Arriano, sabrán que mi afinidad por Epicteto como filósofo estoico romano es bastante alta comparado al resto. Pero como ya comenté un tiempo atrás, eventualmente, le sale una vena normativista (de la motivación basada en las normas, motivación más alla de la Virtud), y este pasaje podría ser un ejemplo de esto. El título del mismo es «Sobre la limpieza» aunque también se podría traducir en parte como «Sobre la pureza».
Esta no es la primera vez que Epicteto trata un tema de estas caracteristicas, hay varios pasajes como este, en el que nace esa «vena moralista» de Epiceto (que en el fondo todos tenemos). Al final de cuentas, como Epicteto a través de sus lecciones explicaba sus convicciones, es obvio que Arriano, captara tanto las partes más estoicas como las partes mas personales dentro del compendio de los Discursos que aquí estamos revisando.
Pero ahora volviendo a la naturaleza de este pasaje en cuestión, aquí la trama se desenvuelve en el aspecto principalmente social: «Si vamos a desarrollarnos como seres sociales en comunión con otras personas en nuestro entorno, la pulcritud y la limpieza son una necesidad para no molestar al prójimo».
En este sentido y a diferencia de aquel pasaje, en el que Epicteto criticaba como indiferente la necesidad de la «calidad de las prendas», para él, la limpieza es como un mínimo admisible y en gran medida, algo que suele estar dentro de nuestro albedrío, pese a ser algo externo. De hecho como veremos a continuación incluso pone como referencia a los Cínicos y Sócrates, que lucían como bastante limpios para así, en parte, no ser repudiados por su mal aspecto
La primera pureza y la más elevada es la que nace en el alma, y lo mismo la impureza. No podrías hallar la pureza del alma como la del cuerpo, sino que, como alma, ¿qué otra cosa podrías hallar sino lo que la hace sucia para sus propias obras? Las tareas del alma son sentir impulsos, sentir aversiones, desear, rechazar, prepararse, intentar, asentir. ¿Qué es lo que en estas tareas puede hacerla sucia e impura? Nada más que sus juicios malignos. De modo que la impureza del alma son las opiniones malvadas y su purificación, la inserción de opiniones como es debido. Es pura la que tiene opiniones como es debido, pues sólo ésta es inconfundible e intachable en sus tareas. Es preciso hallar un medio semejante a éste también para el cuerpo en la medida de lo posible. – Epicteto, Disertaciones con Arriano, Libro IV.11.5-8
Aquí empieza con su lema «común», hablando sobre esa «pureza», es decir, el tratamiento de los impulsos, averisones, deseos, rechazos, asentimientos, en definitiva, esa labor constante de la Disciplina del Deseo y del Asentimiento que tantas veces han sido vistas a lo largo de estos meses.
A esa pureza, la asocia con «el alma» o con la mente. Pero por otro lado, Epicteto realmente quiere dar como propósito esta lección para explicar que también existe una pureza para el cuerpo (un indiferente, ojo), que como veremos se materializa en forma de limpieza
Sería imposible que los pies no se llenasen de barro o de polvo si andan por entre ellos. Para eso dispuso el agua, para eso las manos. Sería imposible que al comer no quedase alguna suciedad entre los dientes.Por eso dicen: «Lávate los dientes». ¿Por qué? Para que seas un ser humano y no una fiera o un cerdete. – Epicteto, Disertaciones con Arriano, Libro IV.11.11
Me ha hecho gracia este pequeño fragmento. Una de las cuestiones que Epicteto siempre trata acerca de la divinidad (y los indiferentes), es la disposición la cual, esta (la divinidad), nos ofrece al margen de si realmente esta dentro o fuera de nuestro control. Para Epicteto, queda claro que el agua, a cierta libre disposición generalmente de cualquiera (al menos de su entorno), debe ser usada a conveniencia, por eso fue así dispuesta divinamente. Y resulta para él, casi una ofensa, que habiendonos ofrecido esta oportunidad para darle uso, cualquiera lo desprecie no adecuándose a sus formas (a estar limpio, vaya, a ser un «cerdete»). Evidentemente no diría esto, si fuera a un pueblo profundo del África Subsahariana, donde el acceso al agua, es absolutamente limitado. El análisis de esta dicotomía, lo veremos casi llegando al final del análisis de este fragmento.
Tú crees que tienes derecho a oler: sea, lo tienes. ¿Y los que se sientan a tu lado, los que comparten el lecho contigo, los que te abrazan ¿no lo tienen? Ea, vete a algún lugar solitario si tienes derecho y pasa la vida solo oliéndote a ti mismo. Porque es justo que sólo tú disfrutes de tu suciedad. Pero estando en la ciudad, ¿de quién te parece propio un comportamiento tan desconsiderado y tan insensato? Si la naturaleza te hubiera confiado un caballo, ¿verías con indiferencia que estuviera desatendido? Piensa que han puesto tu cuerpo en tus manos como un caballo: lávalo, límpialo, haz que nadie se vuelva, que nadie se aparte. – Epicteto, Disertaciones con Arriano, Libro IV.11.16
Esto para mi, es quizá uno de los pocos ejemplos que pone el Estoicismo en cuanto al correcto uso de los indiferentes se refiere, y en contrapartida al planteamiento Cínico, el que más sentido tiene al menos a título personal: Nuestra «libertad» acaba donde empieza la «libertad» del prójimo. Esta esencia fínita de los cuerpos y del ser humano es fundamental para entender porque, ideas como el ascetismo deliberado, no tienen ningun sentido: Al final de cuentas siempre existe un grado de finitud que nos impediría ser «libres» por completo (por ejemplo, el cuerpo, que es en este caso, lo que aquí se trata).
Por eso, si sumamos la idea anterior (acerca de lo que nos ha sido otorgado por la divinidad), y el hecho de que nuestra libertad acaba donde empieza la de al lado: ¿No podría considerarse una acción apropiada y estoica, el hecho de mantenerse aseados cuando convivimos en sociedad, si así nos dispone de la oportunidad? Por eso aquí pone el ejemplo del caballo: Si realmente consideramos al caballo como un indiferente, ¿deberíamos maltratarlo por ello? ¿O más bien deberíamos apreciar la oportunidad que nos ha otorgado la divinidad y tartarlo como es debido?
Esto es la diferencia entre las oportunidades y los valores (άξιος): En el fondo uno puede leer esto y decir: «Es un preferido indiferente, estar limpio y aseado». Para Epicteto, solo satisface una motivación y solo se da, siempre y cuando dispongamos de la oportunidad. No es preferido es si, sino que pertenece a la Virtud. Si recordamos una de las preguntas de la motivación de la Virtud según Epicteto era:
- ¿Qué hice de poco amistoso, o de insociable, o de ingrato?
Por tanto, la no limpieza, si disponemos del medio (el jabón, y el agua), es insociable de acorde a la naturaleza de la sociabilidad. Y en este mismo pasaje, Epicteto explica su opinión de que esto está acorde a esta naturaleza (con comparaciones sobre algunos animales sucios como el cerdo, no son animales que se socibilizan con el ser humano, al contrario de otros como el caballo, que son «limpios» por naturaleza, y si sociabilizan mejor con los humanos).
Sin embargo, todos los que han escrito respecto a Sócrates testimonian respecto a él todo lo contrario, que era agradable no sólo de oír, sino también de ver. También de Diógenes dicen lo mismo. Y es que tampoco hay que espantar al vulgo de la filosofía por la apariencia corporal, sino, igual que en lo demás, mostrarse uno confiado e imperturbable también en lo del cuerpo. «Ved, hombres, que nada tengo, nada necesito. Ved cómo sin casa, sin ciudad y desterrado, si así se tercia, y sin hogar, vivo con menos turbaciones y más seguridad que todos los patricios y ricos. Pero ved también el cuerpo, que no se empeora por la vida austera.». – Epicteto, Disertaciones con Arriano, Libro IV.11.22-23
En cierto grado es una forma casi de demostración, que aunque contraría bastante las reglas de la indiferencia, encaja bien dentro de esa perspectiva de los roles que ya he comentado varias veces en el pasado. Al igual que un carpintero necesita su sierra, una persona entregada a difundir sus ideas al público necesita de su cuerpo para mostrar el ejemplo que quiere demostrar.
No es tanto, una cuestión de preferencia, sino una cuestión de bien hacer (o de acción apropiada, kathekon). Es decir: «Yo, Cínico, hago lo apropiado, sin turbación, pero además hago lo correcto de acorde a mi rol«, por tanto, en resumen y como ejemplo, esto es una demostración cualquiera de «katorthoma» o acción apropiada estoica (y por esto Epicteto ponía tanto a los cínicos como modelos estoicos paradójicamente.
Pero si no tuvieran jabón y/o agua para bañarse, tampoco esto debería provocarles perturbación. Esto es lo más importante quizá: Primero va el entrenamiento del Deseo, acompañado del Asentimiento. Y finalmente accedemos a la Acción de manera totalmente adecuada.
Pues se ve en él cierta representación de lo bello, una tendencia a la compostura. Donde piense que está eso, a eso se aficionará. Por tanto, sólo hay que mostrárselo y decirle: «Muchacho, buscas lo bello y haces bien. Sabe que crece allí donde tienes la razón. Búscalo allí, donde los impulsos y las repulsiones, donde los deseos y los rechazos. Eso hay de especial en ti; el cuerpecillo es, por naturaleza, barro. ¿Por qué te esfuerzas en vano por él? Si no de otro modo, con el tiempo te darás cuenta de que no es nada». Pero si viene a mí manchado de estiércol, sucio, con el bigote hasta las rodillas, ¿qué puedo decirle? ¿Con qué comparación puedo atraerle?. – Epicteto, Disertaciones con Arriano, Libro IV.11.26-28
Aquí es donde Epicteto argumenta un poco sobre lo que comentaba al principio: «La diferencia entre lo normativo y lo circunstancial»: «Primero has de entender, que el cuerpo es un indiferente», pero segundo has de entender que uno debe desempeñar su rol correctamente de acorde a las circunstancias que se le presentan. Uno no debe ir a jugar un campeonato de baloncesto, sin antes haber entrenado el uso correcto de las presunciones: «Ganar el torneo es indiferente», «No tengo control sobre mi cuerpo», etc… pero un vez visto esto, uno no debe salir a la cancha de cualquier forma: Sin calzado apropiado, sin haber calentado los músculos, y tampoco debe jugar el partido de cualquier forma: Debe atender a la estrategia del equipo, y debe esforzarse en cada uno de sus movimientos.
¿Está dentro de nuestro albedrío disponer de un calzado apropiado? A veces no, pero si estamos jugando al baloncesto profesional, a estas alturas, es muy probable que circunstacialmente si podamos disponer de él. En otro caso, quizá en vez de jugar al baloncesto profesionalmente, nuestras circunstancias, nos debieran haber llevado a desempeñar otro rol, como ser cocineros en un restaurante y jugar a nivel amateur con un calzado inadecuado. Por eso aunque en el fondo, el preferido indiferente sea: «convertirse en jugador profesional de baloncesto», quizá circunstancialmente el rol deba ser «cocinero en un restaurante». Esta es la diferencia clave entre los roles y los valores, y el principal motivo por el que siempre me he visto tan contrario a los segundos: Condicionan, no son parte de la Virtud (dado que son «elementos morales» de segundo orden); provocando la contradicción entre la indiferencia y una necesidad inapropiada (que algunos estoicos del estoicismo medio a partir de Crisipo, llaman «deseo racional» o «deseo deliberado», para compensar esta irracionalidad
Entonces, ¿qué? ¿Estamos pensando en embellecemos? Desde luego que no, excepto en lo que somos por naturaleza: en el raciocinio, en las opiniones, en las facultades; y el cuerpo para que esté limpio, para que no ofenda.
—Pero, ¿de dónde sacaré un buen manto?
Hombre, tienes agua, lávalo. Y si oyes que no hay que llevar púrpura, vete y llena de porquería el manto o hazlo harapos. ¡Mira qué joven digno de amor! ¡Qué anciano digno de amar y de ser correspondido, a quien alguien le entregaría a su hijo para que aprenda, a sus hijas! ¡A quien los jóvenes se acercan para que, entre porquería, pronuncie sus lecciones! ¡Líbrenos la divinidad! Toda desviación nace de algo humano, pero ésta está cerca de no ser humana. – Epicteto, Disertaciones con Arriano, Libro IV.11.33-36
Y esto es el resumen de todo lo comentado anteriormente: Si las circunstancias permiten, hazlo. Sino, mira tus opciones. Estate pendiente siempre de las motivaciones nucleares: «¿Que me perturba? ¿Que me provoca una pasión irracional? ¿Es insocial, ingrato? ¿Está de acorde a la naturaleza racional humana?» Y luego, si esto esta acorde a la Virtud, entonces prueba a conseguirlo y/o a hacerlo.
¿Existen entonces diferentres grados de prioridad?
Dos prioridades: Una primera, básica y seminal, que atiende a la Virtud: Que atiendan a estas premisas del párrafo anterior, y luego como decía Epicteto, una prioridad que solo esta disponible cuando se cumple la primera y cuando la oportunidad nos la otorga: «Qué quieres estar haciendo cuando te halle la muerte? Yo, mi parte: alguna obra humana, benéfica, útil para la comunidad, noble«. Algo por la comunidad, noble, algo por el bien común. Esto esta bien. Pero nunca estará bien del todo, sino hemos trabajado previamente todo lo anterior. ¿Como guiar nuestra prioridad a partir de la Virtud? Eligiendo siempre de acorde a las opciones que las circunstancias nos ofrecen. Porque en otro caso, siempre estariamos atentando contra el principio seminal de la dicotomía del control: «Lo exterior no esta dentro de nuestro control».